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nI SIQUIERA EN EL PASADO FUIMOS NATURALES (PARTE I):
EL SINSENTIDO DE LA CRÍTICA HACIA LAS EXTENSIONES Y LAS PELUCAS

Según un proverbio Yoruba, la belleza de una mujer residía en su cabello trenzado.

 

Aunque pueda parecer un dicho trivial, este refrán revela muchas de las dinámicas y comportamientos presentes en la comunidad afro, tanto dentro como fuera del continente, en relación al cabello de las mujeres.

 

Este artículo se dividirá en dos partes, ya que considero que este punto de partida da lugar a dos temáticas actuales. En un primer momento, exploraré cómo el concepto de naturalidad, tal como se presenta en los debates de hoy en día, nunca ha existido al hablar de la belleza africana en el pasado. En la segunda parte, abordaré de manera más concreta cómo esta concepción tradicional de la belleza se manifiesta en comportamientos de la vida cotidiana que están presentes en la actualidad.


Aparte de por el dicho que he cogido para iniciar este artículo, considero que el ‘‘ser natural’’ no ha existido ni siquiera en el pasado, ya que si miramos todas las imágenes de mujeres africanas del pasado, podemos fijarnos en que sus cabellos están estilizados, están recogidos en peinados y no están en su forma natural.

El cabello era tan importante en las sociedades africanas, que en algunos estados del oeste del continente, un cabello mal cuidado podía ser percibido como un comportamiento antisocial o un síntoma de mala salud (Refinedng & Refinedng, 2020).

En un sistema que exige la belleza natural como un requisito para que las mujeres triunfen, esto, aparte de ser hipócrita y discriminante, también supone una premisa vacía que, siendo conscientes o no, se basa en fundamentos puritanos respecto a todo lo físico y visible. Es hipócrita porque se juzga a aquellas mujeres que deciden optar por elementos externos, cirugías, maquillaje, etc., para entrar en ese concepto de lo estéticamente bello. Y discriminante porque pone de lado y estigmatiza a aquellas que no entran en el estándar de belleza y se consideran como no bellas.


El puritanismo estético se basa en la premisa de que la simplicidad y la naturalidad son intrínsecamente superiores y alude a la asociación de ciertos elementos que juegan en la estética corporal (como lo son la vestimenta, el maquillaje y el cabello) con la vanidad, la inmoralidad e incluso el capital erótico, en contraposición a la virtuosidad o lo aceptable. Básicamente, se basa en atribuir la belleza y todo lo que es capaz de crearlo, un valor moral.

Este puritanismo estético se ha visto de manera muy tácita al hablar, por ejemplo, en el panorama cristiano, de la manera en la que una ‘buena mujer’ ha de verse: sin pendientes, sin maquillaje (o si usa maquillaje, este ha de verse lo menos artificial posible), sin pintalabios, sin ropa llamativa o que enseñe… Es decir, una buena mujer es aquella que es austera en la manera en la que se presenta, mientras mantiene también sus ‘‘virtudes femeninas’’. Y aquella que se sale de la caja de la austeridad y presenta algún signo de vanidad es considerada una sinvergüenza, una ‘fulana’, o se la asocia(ba) con la prostitución. No son buenas mujeres o mujeres de valor.

 

Cuando pienso en este punto, una imagen que se me viene a la cabeza es la de las mujeres que decidían pintarse los labios de un color rojo vivo. Este color de pintalabios, por su asociación con el placer sexual y la lujuria, en la historia ha llegado a ser considerado pecaminoso, irrespetuoso y sexualmente inmoral. Por lo que, quien decidía llevarlo, se colgaba esas medallas descriptivas.

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El pintalabios rojo ha llegado a causar tanto furor en el comportamiento humano que ha conseguido ser investigado por profesionales de la psicología. Según los resultados, los pintalabios rojos se asocian con la lujuria y la excitación sexual (Steber, 2023).

Los hombres que están todo el rato pidiendo a las mujeres que sean más naturales, que dejen de ponerse pelucas, extensiones, que dejen el maquillaje, etc.; la mayoría del tiempo lo hacen bajo la premisa misógina del puritanismo estético que exige una mujer bella, pero bella ‘naturalmente’ creada, sin aditivos, sin enhancements.

 

Y en las mujeres negras, esto se intensifica aún más, ya que a nosotras se nos exige cumplir con estos requisitos obviando que, en primer lugar, no somos el ideal de belleza hegemónico y que, por tanto, estamos sometidas a más presión por vernos de cierta manera; pero que también tenemos prácticas de belleza propias que incluyen el uso de elementos artificiales. Tratar de erradicarlas por puro puritanismo porque ‘una buena mujer negra no tiene que usar artificios’ es caer en la misoginoire.

 

Las ‘bromas’ sobre que las mujeres blancas son mejores porque no gastan su dinero en pelucas o en cabello de la misma manera que las negras también son misoginoire.

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Tweets de gente comentando sobre el uso de las pelucas por mujeres negras. Tweet 1: “Las mujeres negras sienten un odio profundo hacia la belleza natural de las mujeres blancas. Aunque se pongan todas esas pelucas, uñas acrílicas y aceite de coco, simplemente no se comparan”. Tweet 2: “Las mujeres negras se quitan primero la peluca… Otras mujeres se quitan primero el sujetador… 🤔💭”.

Y ojo, esto no quiere decir que las prácticas de belleza no deban ser cuestionadas, sino que cuando se cuestionan, han de hacerse teniendo en cuenta todos los factores contextuales, sociales e históricos que intervienen en ella para cuestionarla de manera crítica. Hacer lo contrario es meterse con las mujeres negras solo porque sí. Aunque ese porque sí, repito, muchas veces encierra puritanismo y misoginoire.

 

Para quienes hacen este tipo de comentarios haciendo alusión a que en el pasado nuestras ancestras eran ‘naturales’, no hacen más que caer en dichos superficiales, vacíos e ignorantes. Ya que, si bien es cierto que llevaban su pelo natural y hacían vida con él sin pasar por procesos de desnaturalización (al menos conocidos), utilizaban extensiones y otro tipo de artificios y adornos para verse bellas.

 

De hecho, volviendo al proverbio Yoruba del principio, lo que este puede dar a entender es que la belleza africana no era algo innato, sino más bien algo creado y producido mediante artificios. Esto abarcaba desde peinados con cierta complejidad hasta la inclusión de accesorios como perlas, conchas, oro, etc., para realzar dichos peinados y con ellos, la belleza y el estatus de la persona. Es decir, la belleza no nacía, se hacía.

Las conchas, las perlas… son artificios. Aunque fueran símbolos de estatus social, las pelucas eran también utilizadas en el Antiguo Kemet, actual Egipto, eran extensiones, también eran artificios. No máscaras. Eran accesorios.

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Exhibiciones de las pelucas del antiguo Egipto. Foto: @Egypt.Culture en Facebook

Obviamente, porque el foco de la belleza o lo estéticamente bonito está más puesto en las mujeres, se nos señala y se nos demanda más en cuanto a cómo hemos de vernos para mantenernos en la cúspide de la belleza. Pero tampoco tiene sentido que los mismos hombres negros estén quejándose de lo poco naturales que somos las mujeres negras de hoy en día cuando ellos tampoco son naturales. 

 

Ellos también se doblegan en cierta forma a la presión de lo deseable, lo socialmente considerado correcto en un hombre negro.


Desde que tengo uso de memoria hasta el día de hoy, la regla que he visto impuesta hacia los hombres es que no han de dejarse crecer el pelo. Y ellos siguen y propagan también esa norma. Los waves, los contours bien definidos y bien marcados en la cabeza y en la barba… nada de eso se forma naturalmente. Por lo tanto, ellos tampoco son naturales. Porque ‘lo natural’ sería dejar ser al cuerpo tal cual es, que el pelo viva tal cual sale.

Desde el norte de África hasta el sur; desde Egipto hasta Madagascar, buscar la belleza y lo estético a través del cuerpo y elementos externos ha estado siempre presente. Y eso, eso sí que es natural. Buscar la estética de las cosas es natural porque es humano.

 

Este artículo es más que nada una llamada al replanteamiento de todo lo que se considera correcto o incorrecto al hablar de la expresión y la belleza. Especialmente, replantearse por qué pensamos que usar extensiones, pelucas, maquillaje, etc. está mal. 

Es decir, ¿por qué le atribuimos connotaciones morales a objetos que intervienen en los procesos de construcción de la belleza negra? ¿Es realmente porque nos preocupa la manera en que estos objetos y su uso intervienen en la autoestima y la aceptación colectiva de los demás? ¿O realmente es porque encierran un puritanismo estético que lo que hace es instrumentalizar los desafíos y el malestar por el que pasan muchas mujeres negras para ser aceptadas en una sociedad que exige belleza en ellas?

 

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